Hoy es 9 de junio, fiesta de Santa María, madre de la iglesia.

Este lunes, después de la fiesta de Pentecostés, la liturgia nos invita a poner la mirada en María, como madre de la iglesia. Y el Evangelio nos va a proponer contemplar ante la cruz. Que el canto ayude a disponernos para acompañar este momento de maternidad herida, pero tan fiel, tan constante y tan valiente. La lectura de hoy es del Evangelio de Juan.
Junto a la cruz de Jesús estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella el discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo, «Mujer, aquí tienes a tu hijo.» Luego dijo al discípulo, «Aquí tienes a tu madre.» Y desde aquel momento el discípulo la recibió en su casa.
En la maternidad de María hay una historia de amor, una historia de amor invencible, perseverante, constante. Contemplo en ella el mejor reflejo del amor de Dios. Si todos somos imagen del Quizás sea María la imagen más digna, más humana y más capaz de transmitir la ternura, el amor y la fuerza que se realiza en la debilidad.
María habla a veces con sus palabras, como en aquel hágase primero y habla también con sus silencios como ahora al pie de la cruz. Pide a Dios hacerte a ti también capaz de proclamar y vivir el evangelio con tus palabras y también con tus silencios. La humildad canta y su melodía se extiende por todos los espacios y alegra las generaciones.
Sus manos ajadas por los trabajos cotidianos danzan en el aire su dicha. Es una joven servidora con sus raíces de olivo en la tierra contaminada de la Nazaret sin nombre en la historia de Israel. Se siente existir en unos ojos que la miran con ternura y desde ahí llega ella cada instante hasta el centro de sí misma. Exultan de gozo sus entrañas y exalta al Dios que la mira.
Está enteramente abierta a lo imposible, así como la boca del cántaro que lleva sobre el hombro acoge el agua de la fuente. Será la madre de su origen, en el riesgo de alumbrar al hijo en quien todo ha sido creado y por quien todo se abre a la bondad de lo inaudito. Las instituciones de su pueblo, no podrán contenerlo.
Empuñarán la espada y ella tendrá que huir de noche y esconderse en la sombra de una vida de pobre y de esperanza. Y cuando las espinas y los clavos crucifiquen al hijo como maldito, ella lo alumbrará de nuevo en medio de la comunidad, madre del resucitado por los siglos de los siglos.
Los poderosos, ricos, grandes, con sus casas blindadas caerán como ídolos de barro ante el empuje de esta vida que llevan sus entrañas. Pero los pequeños sin casa, sin puertas ni ventanas, con su existencia al descampado, horizontal como los surcos, arada por los trabajos y quebrantos, abierta al cielo, serán inundados y fecundos con el agua de la vida.
A lo largo de la historia, muchos pequeños y esclavos verán en el rostro de María los rasgos de su raza, de su dolor de su exterminio. Indios, negros, blancos, de oriente y occidente. La pintarán en sus telas, la tallarán en sus maderas y en un fluir de romerías con colores de fiesta, la humildad de María alumbrará vida nueva entre los pueblos de la tierra.
Únete a María al pie de la cruz y en esa comunidad orante que es la iglesia naciente en Pentecostés. Y háblale de tus miedos y alegrías, de tus esperanzas y proyectos, de lo que significa para ti que sea madre y maestra. Dios te salve, María, llena eres de gracia. El Señor es contigo.
Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores. Ahora y en la hora de nuestra muerte, amén.